Sasturain, Juan

Publicado en: Entrevistas

Juan Sasturain

Extractos de una entrevista realizada por Juan José Panno, María Vicens y Belén Andreozzi, el miércoles 7 de marzo del 2007.

El cuento malo si breve, dos veces malo

1. El cuento corto está ligado sobre todo al cuento como sorpresa. No me imagino a Henry James escribiendo un cuento corto, porque el concepto del cuento para él pasaba por otro lado. El privilegio en el cuento corto está dado en la trama, que en general incluye una sorpresa. Es como llevar a su mínima expresión los preceptos de Poe. Por eso, cuando un cuento corto es malo, es peor. Lo malo, si es breve, es peor.

Como con la mano

2. Antes escribía a mano. Ahora tengo una libretita donde apunto cositas para incluir en novelas. Pero después, la computadora. Me llevo bastante mal, aunque me vino bárbaro porque yo escribo mal; soy disléxico, no sé escribir bien a máquina, escribo con dos dedos y le yerro a las teclas, entonces tengo que estar corrigiendo continuamente. Ya no me imagino cómo hice antes, en los ochenta, cuando escribí la novela Arena en los zapatos, iba pegando papelitos. Era un infierno.

Un asesino serial

3. En general no tengo un plan muy determinado cuando empiezo a escribir una novela, lo cual me ha causado problemas graves en el pasado. Sobre todo cuando escribo novelas de género, donde la trama es importante, como en los policiales. No es una pose, ni un chiste. Yo mataba a los tipos, y ni yo sabía quién los había matado. Eran historias que publicaba como folletín; cuando no sabía qué hacer, aparecía un cadáver para que la trama siguiese. Después eso se notaba, porque al final tenía que agregar veinte o treinta páginas de explicaciones y había veces que ni siquiera llegaban a ser del todo claras. Pero no es recomendable, porque te cuesta mucho más avanzar. En uno de los policiales que estoy escribiendo ahora, traté de controlar más eso, por lo menos saber bien a dónde iba a terminar, aunque en el medio se me desparramó bastante.

Elogio de la escritura

4. El calígrafo (de Pablo De Santis) está escrito en la mejor prosa castellana de estas latitudes. Pablo ha escrito muchas cosas buenas, antes y después, pero la perfección, la justeza de cómo abre y cierra… Leés el primer párrafo y te caés de culo. Uno puede leerlo en el mismo registro de Bioy, con la misma tensión, con el mismo efecto de prosa argentina. Eso es lo que hacen los escritores.

Agarrar los libros

5. No recuerdo que de chico me contaran cuentos en mi casa. Capaz estoy siendo injusto, pero creo que no. Mi vieja cantaba algunas cositas, pero no me acuerdo que alguien se sentara a contarme cuentos. Después sí agarré los libros y las historietas, pero nadie me los ponía enfrente, yo me los compraba.

Leer al pato Donald

6. Los primeros relatos que me gustaron fueron las historietas de Disney, del Pato Donald. Una que recordé siempre, es la que el tío Patilludo, Donald y los sobrinos encuentran la Atlántida. Había, por ejemplo, unas máquinas de música que funcionaban con anguilas enchufadas y, después de un tiempo de estar ahí, les salían branquias. Con los años uno, que trabaja de esto, se da cuenta de que eso lo había escrito Karl Barks, un guionista que escribió cosas maravillosas para la Disney, o sea que no era cualquier boludez. Ahí había un autor.

La crítica de la educación pura

7. Con respecto a la educación, podemos criticar lo que se hace, que es lo más fácil (risas). Antes se imponía desde la ortodoxia de un canon: yo en segundo año leía a Marianela, de Galdós. Hoy en día es al revés, hay cierta condescendencia: ya que los pibes no leen, démosles historietas, Mafalda, que lean algo. Se les da más de lo que ya saben o lo que ya quieren por temor al rechazo. Están equivocados. Me quedo con Marianela. Tienen que darte lo que vos necesitás o lo que querés saber, en lugar de subrayarte lo que vos ya sabés, que es una manera de subestimarte. Que te abran la cabeza, que puedas descubrir mundos que desconocés. Aprender que hay un universo al cual podés acceder, pero que nadie te lo va a entregar, te vas a tener que romper el cuello y leer mucho…

Los colores de la pasión

8. Para mí lo más importante es la pasión para poder transmitirle a los alumnos lo que realmente les gusta. El pelado Marcángeli, mi profesor de segundo año de literatura en el año 59 o 60, llegó un lunes a la mañana y transcribió un soneto que se llamaba A la efigie de un capitán de los ejércitos de Cromwell, que había salido en La Nación del domingo. Era un soneto de Borges, y yo no sabía quién era Borges, qué era un soneto ni quién era Cromwell. No sabía un carajo, pero ése soneto, puesto ahí, nos hizo dar cuenta a algunos que teníamos alguna sensibilidad. Todo depende de la pasión que se transmite. Pero para eso, el que lo transmite debe creerlo. No debe dar un programa, sino hacerte dar cuenta de que lo que te está compartiendo es muy bueno y sos vos el que se lo está perdiendo. Tiene que vendértelo bien, pero para vendértelo tiene que ya tenerlo incorporado él.

Profesores embalsamadores

9. En la facultad yo tenía varios profesores embalsamadores, que eran capaces de matar hasta lo más hermoso. Se leía para cumplir, no por placer. En eso Borges fue un profesor excepcional, aunque yo no lo tuve. Le importaba tres carajos, decía: “Vamos a leer, vamos a disfrutar y a saber por qué esto es hermoso, es inteligente, cuál es el mundo que esconde este texto”.

El placer de leer y escribir

10. Escribir es una cuestión de placer, como leer. Está el famoso consejo de Briante: “Los Sábatos y sabatitos, todos preocupados por el destino de la humanidad y el haber sido tocado por el rayo de iluminar a la humanidad, para qué escriben si sufren”. Después, como todas las cosas placenteras, tiene su cuota de laburo, no necesitamos explicitar nada. Hasta las cosas que más nos gustan, y por ser las que más nos gustan, en algún momento se complican y hay que hay que remar, pero se parte de un lugar que es básicamente placentero. El trabajo debe siempre tener algo de placentero, ya que incluye el esfuerzo.

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