Al morir dejó un diario de 1500 carillas mecanografiadas en las que se vuelcan sus frustraciones, sus dudas, sus furias y sus incertidumbres sobre el trabajo literario. Este es un breve fragmento: “Diciembre 29 de 1957. Se termina este año extraordinario. Y yo, a los casi cuarenta y tres, me encuentro en un comienzo. No tengo en dónde trabajar y ando en busca de un empleo. La fabriquita de soldados no da más y ninguno de los grandes proyectos ha cuajado. El saldo de este año es: un hijo que nacerá el mes que viene; un libro de cuentos muy bueno, una novela corta en borrador, y deudas por casi 20.000 pesos”.
Recluido en la costa, norte de Buenos Aires, Wernicke eligió ese paisaje del río para los últimos años de su vida como territorio íntimo y mítico. Murió en 1968.