Baldessari, Adriana
El muchacho alto y encorvado llegó al Parque Lezama y eligió un banco cerca de la estatua de Ceres. De pronto se sintió observado, tuvo miedo de darse vuelta pero ganó el deseo y entonces la vio. Sus ojos húmedos, puros y melancólicos recorrieron el cuerpo delgado de la muchacha, el cabello negro con reflejos rojizos, sus ojos verde oscuro y esa boca grande en la que se detuvo largamente. Ella le leyó el pensamiento y sentándose a su lado lo alentó: Podés besarme, soy Alejandra. Entregado al misterio de sus labios, Martín no pudo decirle su nombre.