En el Hospital de los Muñecos

Giovanardi, María

Esa noche se disfrazó de oso para ver a los juguetes cobrar vida. Pero el plan no era tan simple, si llegaban sospechar de su tamaño podían lincharlo. Y dicen que morir en manos de una turba de juguetes es la muerte más dolorosa.
Hace dos meses que no dormía por culpa del batifondo que causaban esos entes de peluche y plástico. Estaban en su contra, eso era seguro. Sospechaba que querían quedarse con la casa para convertirla en una zona liberada donde reinarían los vicios más comunes entre los juguetes. Y todos saben que a estos se les da cafeína y el póker.
Pero su plan era perfecto. Como el flautista de Hammelin , los iba a hipnotizar con su guitarra. Tocaría una canción de Pappo y después revolearía el instrumento para darles muerte segura, una muerte de cucarachas.
Pero esa noche algo falló. El terrorista encubierto no se acordó la letra de Pappo. Sólo pudo balbucear los versos de “El hospital de los muñecos”. Y todos saben que esa es la canción que más enfurece a los juguetes.

Compañía

Morán, Mei

Recuerdo con ternura aquel día de Reyes. Habíamos abierto los regalos. A mí me trajeron una guitarra, y unas zapatillas de deporte. Me quedé un poco triste, no era exactamente lo que había pedido. Pero por la tarde llegó un gran paquete. En su interior, lo que se convertiría en mi juguete preferido: el niño huérfano.
A los ositos de la escuela se les caía la baba de envidia.

Oso baboso

Méndez Ruiz, Luis Felipe

“Oso Julio sonrisa dad, el oso coloso loco soledad, asirnos ¡oí lujoso!”.

Duelo

Sarinski, Lilian

Sólo le bastó calzarse la cabeza de oso para sumarse a la alegría y olvidar por dos hermosos minutos todos sus pesares.

El cautivo

Fulco, Omar

Los recuerdos infantiles, sus personajes y juegos favoritos. La infancia feliz y dichosa. Realicé el bosquejo del mural que, en honor a nuestro primer mandatario, se iba a pintar en su pueblo natal.
Pero sus asesores lo rechazaron. Una imagen los perturbó. Sostenían que no podía haber tristezas ni cautiverios; era un país feliz. En cambio, él lo aprobó; dijo que es un reflejo fiel de su pasado y su presente.

Amoroso

Nevado Cerro, Cala

Su mirada como la luz anaranjada se dispersa y aleja del instrumento, para ir a posarse mecánicamente, sobre los libros, que ajenos a su melancolía esperan su turno, con la ilusión intacta de ser leídos. Paula, disfrazada de oso, quiere agradar a sus alumnos autistas de sexto curso, organizándoles una falsa fiesta de su cumpleaños. Desea comprobar, que pueden estar atentos e incluso reconocerla.
Paula en todo ese tiempo no ha dejado de pensar en los últimos meses trascurridos desde su anterior cumpleaños hasta ahora. Se ve casi con otro año tirado, muchas oportunidades perdidas, que disipan sus ansias de maternidad; y caen ante sus ojos entristecidos, como fichas de un dominó.

Cántale tu canción de vida

Beláustegui, Diana

Cántale tu aventura guerrera, cuéntale de tus días tristes, narra tus horas alegres, suspírale al oído tus segundos dichosos. Sé auténtico.
Y una vez disueltos los temores, odios y sinsabores, déjalo salir.
Concédele la libertad, que la sombra furibunda de tu pasado no contamine el derrotero a seguir.
Emerge. Raspa con limón las asperezas, desángrate hasta volver a sentir.
Libéralo y sé libre.
Libéralo y vuelve a vivir.

Ley de dependencia (surrealista)

Jiménez Fernández, Guillermo

Érase una vez un oso llamado Lemío. Al oso Lemío le encantaba aplastar ranas de plástico con la pata de su banqueta mientras tocaba la funda de una guitarra cantándole a su amigo Papoya el marino los últimos éxitos de “La Banda Trapera del Río”.
Ese día Papoya el marino defecó un cajón gigante que contenía el cuerpo aplastado de un sobrino de Lemío. Se trataba del osito Cina. El osito Cina era un enfermo mental. Tenía doble personalidad.
Pensaba que él, además de un osito, era José Luis López Vázquez, así es que le dijo a su tío Lemío que lo sacara de “La cabina”. O lo sacaba de la cabina, o mataba a besos al coche de cuerda que tenía aparcado al pie de su caja. Pero como ellos todos eran personajes de pintura sucia, al final, pensó que no serían felices ni comerían perdices.
Lo que Cina no sabía es que Papoya el marino y el oso Lemío usaban el mismo cepillo de dientes e idéntico despertador. Uniendo sus fuerzas incrustaron el eté de plástico barato en el autobús que llevaba encima una muñeca hitleriana sin piernas. Pusieron a los ninjas baratos como conductores. Al conejo langosto, de persona en los asientos traseros. A los dos futboleros argentinos (Passarella y Bertoni) los pusieron a pelear con los muñecos esos de la estantería que son tan bordes y que enseñan el culo y dicen caca, culo, pedo, pis y que ahora no recuerdo como se llaman. El oso Lemío y Papoya el marino cogieron unos lápices, las carpetas y el gato chino que saluda y se lo embutieron a Cina por dónde la espalda pierde su nombre. Qué culpa tengo yo, pensó Cina.
Y no fueron felices ni etc…, pero que a gusto se quedaron (los tres). Fin.

Terror nocturno

Gozalo, Rubén

A veces, se lo contaba a mi oso de peluche, a las tortugas Ninja, a Popeye, al Ratoncito Pérez y hasta ET. Pero a nadie más. Lo que verdaderamente me daba miedo de pequeño era cuando el abuelo entraba en mi cuarto, me contaba una historia de terror y después se desnudaba y me empezaba a tocar.

Una imagen

Nasello, Patricia

Cuando el abuelo me regaló la silla mamá enseguida dijo ‘voy a agregarle un almohadón’. Lo hizo ella, al fondo celeste y arriba del celeste un montón de caras de osos porque yo cuando crezca quiero ser oso.
Y ahí estoy, con mis libros para pintar y mis juguetes.
—Me gusta —digo.
No escuchan, mamá mira la foto que me gusta y llora. El abuelo le acaricia la cabeza, también parece triste.