Perroud, Marcos
Cuentan las mentiras que una vez que la mujer se aventuró a probar la manzana del árbol de la sabiduría, Dios decidió desterrarla del Paraíso junto al ingenuo Adán. De ahora en más deberían trabajar para sobrevivir, sentirían pudor al observarse desnudos y la mujer estaría condenada a parir con dolor.
Eva y su hombre, avergonzados, decidieron emprender camino hacia Madagascar. Pensaban construir una casa en la playa y convertir el lugar en una zona turística. Las cosas iban bastante bien. Gente de todas las galaxias se acercaba hasta aquel lugar a disfrutar de sus bondades naturales. Los mexicanos sentían debilidad por ese tipo de sitios, así que el tequila circulaba cual el agua del mar.
Pero pronto Dios se hizo notar. Llovió por cuarenta días y cuarenta noches, y el agua se llevó todo. O casi todo. En la arena se observaban los cuerpos hinchados de los turistas, ahogados en agua y en alcohol. Eva y Adán, en cambio, lograron salvarse aferrándose a un colchón inflable que pasaba junto a ellos cuando mediaba la catástrofe.
Se sentaron sobre un árbol enorme, y empezaron a concebir su futuro inmediato.
El hombre- ingenuo y resignado- dijo a Eva que tal vez deberían entregarse de lleno a la virtud del Dios, someterse a sus vicios, y convertirse en sus más fieles súbditos. Ella, irritada y molesta, le propinó un golpe de puño en el mentón, indicándole que eso era cosa de hombres cobardes. Jamás se entregaría a los brazos de un Dios contradictorio y violento, un Dios que no deseaba compartir sus virtudes con nadie, un Dios que no dudaba en castigar sin explicaciones a sus propios hijos.
Mientras Adán buscaba algunas anfetaminas para el almuerzo, Eva decidió caminar sola un rato. Necesitaba pensar en un plan maestro, una idea mágica que haga de sus vidas una razón perfecta para molestar a ese Dios incoherente que parecía divertirse usando a sus hijos como títeres. Así fue que le comunicó a Adán que deseaba ser madre. El hombre era un perfecto inexperto sexual, por lo que Eva- un poco más intuitiva- decidió extasiarlo con un cocktail extraño que preparó con algunas plantas de los alrededores.
Una vez que Adán cayó preso de este estado dionisiaco, Eva se aseguró de poner todo en su lugar y sacralizar el acto sentenciando injurias contra el Dios devorador. Hay quienes consideran este acto sexual entre Eva y Adán como una violación. Otros, en cambio, dicen que Eva era tan bella que ningún hombre se hubiese negado a consumar el acto magno con aquella mujer. Yo soy de los que piensan así.
En fin. Pronto nació Caín. Pronto nació Abel. La madre inculcó al primero las artes de las pasiones, la sexualidad y la depravación. Al segundo infundió las mañas de los vicios, las trampas y el libertinaje. Así fue que una vez que Caín creció, se dedicó al manejo de prostíbulos en París. Contrataba a las mujeres más perversas de todo el planeta para que realizaran un amplio menú de atrocidades y salvajadas sexuales.
Abel, en cambio, se propuso incursionar en el negocio de los juegos y de las apuestas. Así fue que construyó en Turquía un complejo en donde se podía apostar a los caballos, jugar al póker, al black jack, y a un sinfín de juegos de naipes. Por entre los salones corría el whisky, hombres que perdían sus propiedades en las apuestas y muchísimas otras decadencias. A su vez, el lugar comenzó a llenarse de todo tipo de malvivientes que, zorros y astutos, esperaban en la puerta a que salieran hombres y mujeres con los bolsillos gordos de dinero.
Ya lo dijo el gaucho: si los hermanos se pelean los devoran los de afuera. Aunque en este caso en particular no hubo necesidad de extraños. Que quede todo en familia, debe haber pensado el homicida. Dicho y hecho. Uno de los hermanos dejó al otro maltrecho. Tan maltrecho que a la tumba se fue derecho.
No conforme con haber creado semejante caos, directa o indirectamente, Eva se propuso continuar su plan de lucha contra el Dios malcriado. Cuentan que cuentan que un día, por aquellas causalidades extrañas de la vida, Eva fusionó unos ingredientes y creó lo que hoy llamamos lápiz labial. También dicen que dicen que mezcló otros elementos y logró lo que hoy llamamos delineador. Por mera casualidad, se frotó los labios con el primer compuesto y los ojos con el segundo. Observó su rostro reflejado en un espejo de agua y no pudo contener una desmedida carcajada que se deslizó desde su boca. Una vez que pudo detener su risa, se sentó bajo un árbol a pensar en toda aquella cuestión. Al rato, recordó ciertas palabras: “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”. “¡Claro!- pensó Eva- Si Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, ¿Qué mejor manera de ridiculizarlo que violando su sentido de la estética?”. Cuentan fuentes creíbles que a partir de aquel momento el maquillaje se hizo vicio entre las mujeres.
Dios, enfurecido pero resignado, humillado por no verse reflejado en sus propios hijos, decidió abandonar a los hombres definitivamente. Eva, feliz y aliviada, sintió que había concretado su insólita venganza contra aquel Dios feroz e impiadoso. Consideró que, si bien no era el séptimo día, ya era tiempo de descansar. Colgó una soga en una réplica del antiguo árbol del bien y del mal, y sin demasiados preámbulos, se ahorcó silenciosa.