De Santis, Pablo
En el piso quince del edificio Amianto, en la esquina porteña de Avenida Corrientes y Pasteur, tiene su consultorio el doctor Narbondo, especialista en problemas de la vejez.
El conocido médico se dedica a contrarrestar los efectos dañinos del tiempo reemplazando los órganos naturales de sus pacientes por piezas mecánicas que pueden durar años, siglos tal vez. Sus pacientes se convierten entonces en inmortales: su apariencia es la de unos mueblecitos de color indefinido, con un pequeño cubo arriba y una rejilla. En su interior está el cerebro, el único órgano humano que no se ha logrado reemplazar. “El inmortal es un inmobiliario”, proclama el doctor Narbondo.
Aunque no pueden hablar, los inmortales emiten ciertos ruidos con los que intentan comunicar ideas, y que son absolutamente ininteligibles. Tampoco necesitan beber ni comer ni respirar. Su mantenimiento es puramente mecánico.
Antes de someterse a esta complicada operación el paciente debe dejar todos sus bienes a nombre del médico. El dinero- una vez descontados los honorarios y los gastos- será utilizado en el mantenimiento del mueble, mientras dure el mundo.